En este mundo de prisas, tecnología y ruido nos siguen quedando los cementerios; rincones tranquilos donde el tiempo no tiene importancia.
Por un lado parece irónico que la gente se gaste tanto en adornar un lugar que al muerto quizás ni le importa, y le lleven flores cuando puede que en vida no se las diesen nunca, por otro lado es desgarrador pensar que se puede extrañar tanto a alguien.
Se crea o no en dioses o espíritus es innegable que el aire que se respira en estos sitios es diferente, incluso en este, el cementerio por excelencia de los ricos argentinos: Recoleta, hasta los turistas deambulan en silencio.
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